Todos tenemos una idea más o menos completa sobre lo que es, o debe ser, un Ángel de la Guarda. Sin embargo, la historia de esta criatura que supuestamente nos escolta como una sombra imperceptible posee características no del todo felices.El término Ángel de la Guarda comienza a ganar fuerza con los comentarios de Abraham de Würzburg, un cabalista francés que escribió un reconocido manual de magia ceremonial en el siglo XV.
Otra fuente es nada menos que Samuel Liddell MacGregor Mathers, el fundador de la Orden Hermética del Alba Dorada (Hermetic Order of the Golden Dawn), quien acondicionó el manuscrito de Abraham of Würzburg. Sin embargo, la fuente más antigua que menciona a los Ángeles de la Guarda proviene del zoroastrismo, donde se los llamaba Arda Fravas, literalmente, Sagrados ángeles guardianes.
Casi todos los comentadores sostienen que los Ángeles de la Guarda son "emanaciones" de una criatura más grande y noble encargada de regir sobre la vida en la Tierra, es decir, no ya como entidades individuales, sino como partes de un todo.
Esta idea es acaso anterior a la unificación de los ángeles al sistema judeocristiano, y en ninguna forma tienen un vínculo directo con el Hacedor del universo. Por el contrario, los Ángeles de la Guarda no están allí para cumplir una función protectora. No son custodios, tal como lo sugiere su nombre, sino "maestros" de los que es posible aprender.Por ejemplo, para los thelemitas y otros seguidores del ocultismo una de las metas más importantes del hombre es entrar en comunicación con su Ángel de la Guarda, que a menudo se lo denomina como el Yo Silencioso (Silent Self). Este experimento, que por razones obvias no detallaremos, propone dar un primer paso hacia el contacto con el Ángel de la Guarda, siendo él quien en definitiva tomará desde entonces las riendas de la comunicación.
V.m.a.m.
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